A diferencia de lo que sucedía en Labitolosa, que, como sabemos, no perdura más allá de finales del siglo III, la documentación arqueológica y epigráfica de este núcleo presenta dos bloques bien diferenciados: el primero está compuesto por textos epigráficos fechados entre el 75 y el 180 d.C. aproximadamente, en su mayoría pedestales; el segundo está formado por laudas musivarias paleocristianas -uno de los conjuntos más importantes de España conservadas en el Museo de Huesca- fechadas entre el 350 y el 450 d.C. Aunque los buscadores de trufas expertos pueden percibir algunos signos curiosos de su presencia como que, por ejemplo, en la superficie del suelo que hay sobre la trufa no crece vegetación.